Perseguimos la razón, los placeres
mundanos, seguimos a un Dios y sus libros; todo a la vez, o quizás, solo en
parte. Nos dejamos llevar por nuestra corriente de pensamiento, convencidos o
dudosos; planteándonos si eso que hemos
erigido como guía de nuestra vida es el camino, el sentido, la felicidad.
Desde que nuestra especie llegó a este planeta ha superado diferentes
etapas en su desarrollo; marcando estas los hechos históricos y culturales. Así,
de igual manera que cualquiera de nosotros se desarrolla a lo largo de su vida,
también lo ha hecho la especie como tal. Ontogénesis y filogénesis se hermanan
a modo de una escalera en el que cada peldaño que se alcanza supera en altura
al anterior; no recorriéndola todos los pueblos a la misma velocidad, ni
llegando todas las personas al mismo nivel de consciencia.
Los primeros hombres, insertos en sociedades arcaicas, concebían su vida
como una búsqueda de satisfacciones corporales inmediatas. La supervivencia les
guiaba y en eso consistía el existir.
La humanidad avanzó conformando agrupaciones más complejas que las
anteriores; pequeña s comunidades en las que sus componentes se identifican con la tribu. Su mundo estaba dominado por la
magia y el animismo: dioses, espíritus, ancestros, etc. Estos últimos eran los
responsables de los acontecimientos y a ellos debía dirigirse el hombre; conformado una extremista visión del mundo en
el que todo se divide entre el bien y el mal.
Continuó el cambio con la aparición de los grandes imperios, reinos,
señoríos, etc. se pasó, entonces, a rendírsele culto a los héroes; siendo las
personas dominadas o dominantes,
comenzando su identificación con símbolos y dando la vida por ellos.
La sociedad, después, volvió sus ojos al poder de la razón y el progreso;
el mundo pasó a regirse por leyes mecánicas y objetivas. Los valores de
igualdad y libertad individual brotaron y se desarrollaron, a la vez que el
individualismo exacerbado y el desarrollismo depredador.
Hasta aquí, la evolución de cada
uno de nosotros es similar a la de nuestra especie. Viajando desde el neonato
que no tiene consciencia personal y se rige por la satisfacción de las
necesidades básicas, hasta el
adolescente capaz de reflexionar sobre el mundo y su propio pensamiento. Desde
la preconsciencia a la consciencia personal; de la corporal a la individual,
pasando por la emocional y la social.
Este es el punto en el que quedaron los libros de historia que la mayoría
estudiemos. También el lugar en el que marcó la psicología el final del
desarrollo psicológico durante mucho tiempo. No es esta la consideración actual
y tampoco lo fue nunca para las grandes religiones y corrientes filosóficas y espirituales
de oriente y occidente.
En la actualidad, es probable que
tu mundo y tú sufráis el desencanto con lo científico. El progreso y la razón
no te muestran el camino a la felicidad; las guerras, la destrucción, el materialismo
desacerbado, la separación de hombre y naturaleza, son un alto precio que ya no
puedes soportar. Tampoco tienes Dioses en los que creer, el escepticismo de
nuestra época te impide creer que existen autoridades que poseen el
conocimiento y verdad absoluta; como resultado, el desasosiego existencial nos
domina, te domina.
Aún así, tu consciencia existencial va adquiriendo el poder de ir más allá de las establecer relaciones; se
amplía formando redes de ellas. Eres capaz de observar la realidad de una manera
integradora; sintetizando, estableciendo
relaciones e integrando conceptos. Percibes la relatividad de la realidad y buscas el sentido de la vida.
Más allá, es posible que la consciencia de nuestra especie y la de uno
mismo supere el nivel personal; algunos ya lo hicieron. Aquí se acepta la
realidad tal cual es; se observa como un paciente testigo y se diferencian las ideas
y pensamientos como lo que son, parte de
quien observa y no el que observa. La angustia existencial da paso a la
observación y comprensión de la realidad; el atisbo de la transcendencia rellena
el hueco que el progreso creó.
El final de la escalera culmina en la consciencia unidad, en el logro del
objetivo evolutivo. La persona se funde en aquello observado, eliminando
fronteras mentales y conceptuales; se instala en la realidad misma.